Para las sociedades agrarias primitivas los cambios naturales de las estaciones marcaban su vida de forma determinante, ya que su supervivencia dependía casi exclusivamente de los productos agropecuarios. Atraer la fertilidad de los campos, de los animales y de las personas, aunque fuera de forma mágica a través de los ritos religiosos y populares, era vital para su existencia. No nos debe extrañar por ello que poblaciones tan alejadas en el tiempo y el espacio, como Rodas y Lardero cuando aún era exclusivamente agrícola, coincidan en gestos y motivos tan similares:
- llegada de la golondrina, el ave migratoria que anuncia una estación más favorable,
- chiquillos, que suponen la renovación de la vida, haciendo cuestación de comida para emprender con fuerza las nuevas tareas,
- todo lo que se regale es bien recibido, indicando que nada se puede desperdiciar: no existe aún lo superfluo ni las modas,
- bendiciones para los generosos o maldiciones y amenazas para los tacaños, ya que la comunidad entera debe ayudar a todos sus miembros y cada uno es necesario en ella, todos deben participar en estas celebraciones siguiendo el papel que les corresponde,
- alegría desenfadada, picardía y hasta sentido del humor,
- alusiones a las mujeres de la casa, con algunas connotaciones sexuales y eróticas, a las que hay que proteger de los intrusos, puesto que ellas serán las generadoras de nueva vida.
Observamos en estas manifestaciones que el hombre forma parte de la naturaleza. Durante milenios no se ha planteado cómo relacionarse con el medio ambiente porque éste no le era algo ajeno: no era, como en la actualidad, sólo un jardín, un parque temático o un museo de la verdura. En las sencillas sociedades campesinas los ciclos naturales y la lógica de la subsistencia llenaban de contenido la actividad humana y proporcionaban a cada individuo un lugar y un sentido a su vida, haciendo posible una razonable felicidad. En cambio en la actualidad nuestra avanzada sociedad industrial deja al hombre perplejo frente a los progresos científicos y tecnológicos, aislado de sus semejantes precisamente por el exceso de información y de formas de comunicación, sumido en la paradoja de poseer un sinnúmero de bienes materiales y ninguna razón para querer vivir, condenado a una existencia huera que olvida y menosprecia los principios del Humanismo. Como bien diferencia el filósofo Giorgio Agamben en su obra Homo sacer, inspirándose a su vez en Platón y Aristóteles, se ha disociado la ζωή, la vida natural, el simple acto de existir, de la βίος, la forma de vivir propia del individuo que habita en una comunidad como la πόλις.
Museo de la verdura en Calahorra. FOTO: La Rioja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario