lunes, 4 de octubre de 2010

ES MUY IMPORTANTE HABLAR CON PRECISIÓN

Los vértices de los frontones en los antiguos templos griegos estaban rematados por unos elementos decorativos llamados acróteras (del griego ἄκρος, extremocomo se puede ver en esta fotografía:
FOTO: ELBROLLO
Las acróteras solían tener una ornamentación vegetal llamada antema (del griego ἀνθέμιον, floritura, como la raíz del nombre Antonio, floreciente) con forma de palmeta más o menos estilizada, como estos ejemplos:
FOTO: WIKIMEDIA
A finales del siglo XIX y principios el XX el Modernismo (o Art Nouveau) y su variante el Art Decó amalgaman estilos diversos, entre ellos el arte griego antiguo. Aquí podemos ver dos ejemplos: arriba el detalle en una escalera Art Decó y abajo un conocido ejemplo modernista en Barcelona: claramente Gaudí ha recreado en esta sala hipóstila del parque Güell una columnata como la del anterior templo dórico, incluso vemos en el remate superior de cerámica una estilización del antema o palmeta griega.
FOTO: COMDISEGNO




















FOTO: J.RODRÍGUEZ
Tras la I Guerra Mundial surgió en arquitectura una corriente racionalista que tomó sus escasos ornamentos del repertorio decorativo clásico del Art Decó. Podemos ver un ejemplo de antema en el Hospital de Leza (Álava), obra de 1934  del arquitecto Pablo Zabalo:

FOTO: C. ÁLVAREZ

En el ya derruido chalé de los Sevillas de Arnedo (de polémica demolición) encontrábamos esta sobriedad de líneas y un único elemento decorativo: media palmeta sobre su azotea. Aquí la vemos:


FOTO: J.M.LEÓN
Popularmente se le ha dado el nombre de abanico, porque recuerda a uno, pero que lo parezca no quiere decir que lo sea. En este sentido el escritor Mark Twain afirmaba que “la diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta es la misma que entre el rayo y la luciérnaga”. Por todo lo dicho queda claro que el elemento que remataba este edificio no era un ABANICO, como interpreta la publicidad que anuncia la nueva construcción en el antiguo solar. Para el nuevo edificio sugiero por más preciso el nombre de ANTEMA o el más sonoro de ACRÓTERA.

FOTO: ONVINILO
Todo esto me lleva a reflexionar sobre la trascendencia de la riqueza léxica. Debemos ser precisos y exigentes con nuestro lenguaje y con el uso que hacemos del vocabulario, porque cada palabra que dejamos de utilizar, cada matiz que no destacamos desaparece también de nuestra mente, hace que se empobrezca nuestro pensamiento y que acabemos por no entender el mundo que nos rodea, pues no sabemos ni nombrarlo. Ésos son los estragos que está causando la moda de creer que siempre hay un camino fácil en lugar de esforzarse, por el afán de simplificar. Un ejemplo paradigmático es cierta conocida publicidad:
“Inglés fácil sin esfuerzo: aprenda inglés con mil palabras”. Si sólo aprendemos mil palabras de cualquier lengua seremos unos analfabetos sin apenas recursos. El aprendizaje de una lengua es siempre costoso y lento. Pretenden hacernos creer que se puede aprender de forma natural como un niño, aunque cualquier psicólogo nos explica que la facilidad proviene de que el cerebro se especializa durante los primeros años en esa tarea, cuando la comunicación es vital, pero a medida que crece emplea su capacidad en desarrollar otras habilidades y se pierde ésa. No hay ninguna ventaja en esos métodos de aprendizaje, salvo el beneficio económico para la empresa que los vende. En cambio todos tendríamos por absurdo que se anunciara:
“Carné de conducir para niños: que aprendan de pequeños como sus padres”, porque está claro que aún les faltan destrezas.
Desgraciadamente hemos pasado de desear aprender y valorar el conocimiento a despreciar cualquier precisión como pedantería inútil. Pero una buena formación, unos estudios lo más completos posibles según nuestras capacidades siguen siendo poder, aunque hoy en día no se insista demasiado en ello y se potencie a toda costa una preparación inmediata y especializada para el mercado laboral. Y no sólo porque quien esté mejor instruido tendrá más recursos para resolver su futuro (aunque siempre alguien con más dinero tenga más bienes materiales), sino porque el esfuerzo intelectual desarrolla nuestras posibilidades, llena nuestro mundo de contenidos y nos hace más felices y conscientes, para que también tengamos una vida plena fuera de ese trabajo, para que no seamos tan pobres que sólo tengamos dinero.
El desarrollo de una cultura, de una civilización, es tan complejo que precisa la riqueza de todos los matices, de todos los puntos de vista, de todas las manifestaciones significativas que le dan variedad, porque en un determinado momento la clave de una solución puede estar en lo que la generación anterior destruyó: en una palabra, una costumbre, un edificio, una forma de gobierno, una corriente filosófica. Cada generación tiene que ser capaz de valorar y conservar en lo que haya heredado lo que sea importante y único, porque tal vez sea imposible volver a crearlo, porque no podemos ser tan temerarios al creer que nuestro mundo se puede reducir a mil palabras.

2 comentarios:

  1. Edificio Antema me suena bien, Edificio Acrótera no tanto. Desde luego mucho más culto iba a quedar el nombre. Enhorabuena por el artículo, muy bueno.

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  2. Gracias. Espero que mi trabajo sea de utilidad. Saludos.

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