PINTURA: L. ALMA-TADEMA
En el mes de diciembre los atenienses celebraban las Dionisias rurales o agrarias en honor a Poseidón. Antes de ser considerado dios del mar, Poseidón era originariamente un dios ctónico y recibía ofrendas propiciatorias para asegurar la fertilidad de los campos, tanto más apropiadas en un mes en el que las horas solares son cada vez menos y el Sol brilla con una debilidad creciente, como si fuera a desaparecer del firmamento, a morir.
Ello se debe a la inclinación del eje de la Tierra sobre el plano de su órbita, por lo que la iluminación del Sol es diferente a lo largo del año. Existen dos solsticios, en verano y en invierno, que marcan el inicio de estas estaciones, y son opuestos en cada hemisferio.
En el hemisferio norte, cuando se produce el solsticio de invierno, el Sol alcanza su cenit en un punto sobre el trópico de Capricornio, en el hemisferio sur, por lo que la insolación en el norte es mínima y durante muy pocas horas, mientras que en el sur comienza el estío. En junio sucede al contrario: el solsticio de verano se produce cuando el Sol alcanza su cenit sobre nuestro trópico de Cáncer, el ángulo de su altura máxima es casi un tercio mayor que en invierno y las horas de luz alcanzan su máxima duración. Parece que el Sol nos va abrasar y que no llegará nunca el descanso de la noche. Pero sólo se trata de una falsa alarma. Se puede decir que durante los solsticios el Sol se detiene en esa loca carrera por desaparecer o quedarse para siempre en el cielo, que se está quieto (eso significa en latín la palabra solstitium) y emprende una vuelta a su anterior curso. El solsticio de invierno (este año será el 21 de diciembre a las 23'38 h.) marca el momento a partir del cual el Sol volverá a lucir durante más horas y más alto en el firmamento, calentará de nuevo y la vida renacerá cuando llegue la primavera.
Los pueblos antiguos, más ligados que nosotros a la naturaleza y muy sensibles a todos estos cambios, trataban de mitigar sus posibles efectos adversos sobre la vida humana. Por ello la celebración del solsticio de invierno era de gran importancia. Para los romanos el 25 de diciembre era el DIES NATALIS SOLIS INVICTI, cuando el Sol vencía las tinieblas. También en diciembre celebraban otras fiestas agrarias y solares: las Saturnalia (los griegos celebraban las Kronia) y las Brumalia.
A mediados del siglo IV d. C., bajo el emperador Constantino, los cristianos comenzaron a celebrar el nacimiento de Jesús en esta fecha: NATIVITAS DEI (nacimiento de Dios, de donde procede las palabras Natividad y Navidad), aunque los evangelios no dicen nada al respecto y lo más probable es que fuera en primavera, porque los pastores dormían al raso (cfr. Lucas, 2, 8). Se trata de un claro intento por cristianizar unas fiestas paganas de fuerte raigambre, ya que mantuvieron algunas de sus costumbres como el intercambio de regalos y el copioso banquete.
Yo vuelvo a la naturaleza:
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