Hace 37 años recorrí de noche media Península para aterrizar por la tarde en un pueblo de la Manchuela, que tuve que buscar en una enciclopedia, el internet de antes, y allí ocupé mi primera plaza como profesora. El administrativo me echó de la oficina del por entonces Instituto Nacional de Bachillerato y luego se deshizo en disculpas, porque me había tomado por una alumna. Al día siguiente di mis primeras clases y al acabar la mañana pensé: "Sí, me gusta, valgo para esto". Y así seguí.
Después de Motilla del Palancar continué mi periplo rural, por obra y gracia del territorio MEC, en Santo Domingo de la Calzada, Cáceres, Valencia de Alcántara y Santa María la Real de Nieva, para luego recalar en Arnedo y, por fin, en Logroño.
He tenido la suerte de dar clase a alumnos excelentes, a los que sólo aventajaba en edad, convivir con compañeros de los que aprendí lo indecible, trabajar con personas de todo tipo siempre dispuestas a ayudar con una sonrisa, amigos que conservo y quiero desde hace décadas. He vivido en ciudades mágicas y he paseado a diario por paisajes cuya belleza hacía que se saltaran las lágrimas. He tenido tiempo para estudiar, disfrutar y compartir esas lenguas maravillosas que son el latín y, sobre todo, sobre todo el griego. A menudo me sorprendía que me pagaran por hacer algo que tanto me satisfacía. Debo agradecer a muchos profesores de clásicas, esas joyas incansables, y a asociaciones el enorme esfuerzo por formarnos a los demás y compartir su trabajo altruistamente. He sido testigo de enormes cambios en la Educación, como pasar de la máquina de escribir y el ciclostil a preparar con ordenador mis propios cuadernos para clase, editar vídeos, blogs, trabajar con sistemas de gestión de aprendizaje, entender mejor a los alumnos gracias a la neurociencia, y me han maravillado las increíbles oportunidades formativas que se han abierto para los jóvenes y cómo se ensanchaban sus mentes.
No todo ha sido fácil. También he presenciado cómo se degradaban las aulas y las condiciones de trabajo, cómo proliferaban legislaciones tramposas, he sufrido desmanes de la Administración, incomprensibles atropellos que hacen inútiles los esfuerzos, jornadas agotadoras defendiendo las clásicas a capa y espada, insidias de torpes, estrés, y cada vez con más frecuencia lamentablemente.
En definitiva, la vida misma: una mezcla agridulce llena de transformaciones que todos confiamos que mejore, porque no hay tarea tan admirable y delicada como la docencia.
Comienzo con ilusión una nueva etapa, con otros proyectos, con otros ritmos. Me ha sorprendido que en griego moderno σύνταξη, además de sintaxis, signifique jubilación, y realmente me hace sentir que todo está en orden, que sigue su curso natural y que continúo con el deseo de disfrutar, más que nunca, de ese mundo inagotable que son nuestros clásicos grecolatinos.