En estos tiempos de tribulación para la lengua, recomiendo leer detenidamente este fragmento de Guy Debord (1931-1994), filósofo, escritor, cineasta y revolucionario, principal teórico de la Internacional Situacionista. Un hombre de tan amplio bagaje cultural que no en vano titula la obra como un famoso discurso del orador ateniense Isócrates y la inicia con la cita de un célebre símil de Homero, Ilíada, VI, 145-149.
Los que pretenden escribir deprisa sobre nada que nadie leerá hasta su fin ni una sola vez, en los periódicos o en los libros, jalean con mucha convicción el estilo de la lengua hablada, porque les parece más moderna, directa, fácil. Ellos mismos no saben hablar. Sus lectores tampoco, pues la lengua realmente hablada en las modernas condiciones de vida ha sido socialmente resumida en su representación elegida en segundo grado por el sufragio mediático, cuenta con unos seis o siete giros que se repiten a cada paso y menos de dos centenares de vocablos, de los cuales una mayoría son neologismos; y el conjunto queda sometido por terceros a una revocación cada semestre. Todo esto favorece una cierta solidaridad rápida. Yo, por mi parte, pienso escribir, en cambio, sin rebuscamiento ni fatiga, como si fuera la cosa más normal y más sencilla del mundo, con la lengua que he aprendido y que, en la mayoría de las ocasiones, he hablado. No me corresponde a mí cambiarla. Los gitanos consideran con razón que nadie debe decir la verdad en una lengua que no sea la propia; en la del enemigo, ha de reinar la mentira. Otra ventaja más: tomando como referencia un vasto corpus de textos clásicos aparecidos en francés a lo largo de los cinco siglos anteriores a mi nacimiento, pero sobre todo en los dos últimos, siempre será más fácil traducirme adecuadamente en cualquier idioma futuro, incluso cuando el francés se convierta en una lengua muerta.
(Guy Debord, Panegírico, editorial Acuarela Libros, Madrid, 1998)