VIÑETA: FORGES
Hoy, 28 de diciembre, gastamos bromas recordando la matanza de los inocentes. Aunque ahora sabemos, gracias a los historiadores, que no hay testimonios contemporáneos de tal matanza, que la visita de los magos tampoco es segura (¡tranquilos! vuestros padres os dejarán regalos) y que Herodes tal vez ya había muerto cuando nació Jesús: la susodicha matanza tiene todas las papeletas para no haber existido.
Carecer de criterio científico y de los suficientes conocimientos aportados por una buena base cultural lleva a caer en errores de este estilo y a ser presa fácil de demagogos. Cuando la EDUCACIÓN era/es privilegio de unos pocos no se discute qué o cómo se debe estudiar: la disciplina y las asignaturas tradicionales ocupan el cuerpo central. Pero ahora, que el acceso a la escuela es obligatorio y gratuito hasta los dieciséis años, hay una extraño afán por potenciar la creatividad, la deducción, la inteligencia supuestamente naturales en todos los niños, que haría llorar de emoción a Sócrates si viera cómo han proliferado los defensores de su mayéutica, aunque haya que practicarla en clases de al menos 33 alumnos (de momento). Se me ocurre una chanza: ¿las nuevas prácticas escolares nos prepararán para esos servicios telefónicos donde nos dan vueltas, largas y morcilla, no porque "obtienen beneficio a costa de un número 902", sino porque esperan pacientemente que "deduzcamos" la información? También oímos casi a diario cómo cualquiera reclama nuevas asignaturas: labores domésticas, cocina, educación vial, ciudadanía, mapas sonoros, ... algunas incluso se llegan a implantar, a costa, claro, de menos horas de Matemáticas o Lengua.
Esta situación recuerda, volviendo a las celebraciones de diciembre, a las Saturnales romanas. Los poderosos gastan una broma pesada: los esclavos podían cambiar su papel con el de sus amos, pero sólo con motivo de la fiesta, luego todo vuelve a su cauce natural y cada uno a su sitio. En esto últimos años parecía que iba a haber educación de calidad para todos, pero sin financiación, ni medios, ni profesores (insustituibles, por muchos ordenadores que se pretendan emplear), lo único que se asegura es que niños y jóvenes estén el mayor tiempo posible "escolarizados", para que no den la lata a sus padres o se apunten al paro, y que al final, eso sí, reciban títulos y certificados hueros, que ya está casi abolido el suspenso. Y se repite machaconamente que debemos estudiar "lo que el mercado laboral demande", pero nunca nos dirán por qué cambiará a cada momento: debemos ser "emprendedores" y buscarnos solos las salidas, el fracaso será nuestro. No se considera en ningún momento que los estudios, el trabajo, el tipo de vida que elijamos son fundamentales para desarrollarnos como persona únicas y no como piezas en el engranaje de la producción. ¿Se nos condena a una juventud buscando desesperadamente empleo y a una vejez agotados en un trabajo que seguramente no nos satisface?
Aunque sea el día de los inocentes, no es broma la degradación de los planes de estudio, que ya llega a la universidad (acompañado de la amenaza de subida de tasas y la extraña cantinela de que aboca al paro, cuando sólo un país tercermundista es incapaz de ofrecer trabajo a sus universitarios), la reducción de cursos superiores (en años y en asignaturas) y el deterioro por falta de financiación de la educación pública, que hasta ahora mantiene mayor calidad y oferta. Por todas partes se invoca la preparación para el mundo laboral, la terrible necesidad de trabajar hasta ya avanzada la senectud, apelando a la buena salud de que gozamos a edades provectas.
Para hacernos una idea de lo que se avecina recomiendo la lectura del artículo El asalto a la educación pública, de Josep Fontana.
VIÑETA: FORGES
Ahora recuerdo la ignorancia del dodecaedro defendida por los pitagóricos y la conveniencia de que no todos puedan acceder al conocimiento, como explicaba Carl Sagan, y resulta sorprendente cuán vieja es la persecución por las ideas. ¿Nos conviene seguir siendo inocentes?