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Cuando al dolor de ver morir a un ser querido por la sinrazón se une el espanto de no acompañarlo en sus últimos momentos de vida, de no poder despedirlo, de no poder enterrarlo para que, al menos, simbólicamente "descanse en paz", cuando esta situación se sigue repitiendo en el mundo hasta hoy, recordamos la voz magistral de Sófocles al dibujar el mito de Antígona.
Esta hija de Edipo hizo frente a la ley humana, aún a costa de su propia vida, por cumplir el sagrado deber de enterrar a su hermano. Porque ¿qué clase de vida le esperaba si aceptaba la vejación, la brutal tiranía que además de arrancarle lo más querido la obligaba a admitir en la humillación de la derrota que también era cómplice sumiso de un poder despótico?
La injusticia y el terror se siguen repitiendo. Y reconocemos nuestras circunstancias, nuestros sentimientos, en los héroes griegos, arquetipos de la vida humana, que reflejan la esencia de nuestra condición, inalterable descripción que nos llega en las palabras de los poetas clásicos miles de años después, palpitantes como si se hubieran acabado de pronunciar.
Podemos ver dos ejemplos que recurren al mito de Antígona para explicar situaciones similares: un artículo de Manuel Vicent publicado en EL PAÍS, titulado precisamente Antígona, a propósito de las víctimas de la Guerra Civil española y la posterior dictadura, y un documental de la Fundación Víctimas del Terrorismo titulado Las voces de Antígona, dedicado a las víctimas de E.T.A.
Conocer, entender y exigir justicia son imprescindibles en una sociedad libre. El corifeo de Antígona (vv. 1348-9) dice al final de la tragedia de Sófocles:
La cordura es con mucho
el primer paso de la felicidad.